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03 Enero 2024

Historia de la Selección (III): decepciones olímpicas y nacimiento de la “narrativa del fracaso”

Las frases sobre la mala suerte de España en los grandes torneos (aquellas que saltaron por los aires con las victorias de la Eurocopa 2008, el Mundial 2010 y la Eurocopa 2012) no son una invención de los periodistas de los años 80 y 90, como alguien podría creer. La denominada "narrativa del fracaso" comenzó a instalarse demasiado pronto en el entorno de nuestro combinado nacional: allá por mitades de los años 20 surgieron voces decepcionadas que se dejaron llevar - seguramente, demasiado pronto - por el pesimismo

 

En la segunda mitad de los años 20, decayó el aura de optimismo que rodeaba a la selección. Entre 1924 y 1929 el combinado nacional perdió su vitola de invencible y fracasó a la hora de volver a ser medalla en unos JJOO, en concreto en los que tuvieron lugar en la tercera década del siglo XX: en 1924 en París y en 1928 en Ámsterdam.

Su aspiración a conservar la consideración de una potencia mundial se desvanecía y lo pagaría, ya a largo plazo, no siendo cabeza de serie en el Campeonato del Mundo de 1934 ni en el de 1950.

Paralelamente, tuvieron lugar algunas victorias que fueron consideradas, en su momento, e incluso hasta la actualidad, “históricas”, como la obtenida en 1929 ante Inglaterra.

Ya en los años 30, el equipo volvió a despertar grandes esperanzas con su actuación en el Mundial de Italia de 1934 o consiguiendo resonantes triunfos, como ante Alemania en 1935.

 

La narrativa del fracaso

1924-1928

Si 1920 y los años posteriores contemplaron el nacimiento y consolidación de la “narrativa de la furia”, los fracasos en 1924, 1928 y la manera de quedar apeados del Campeonato del Mundo en 1934 dieron paso a una nueva “narrativa”, la del fracaso y el fatalismo. La sensación de “fatalismo” empezó a rodear las actuaciones del equipo nacional que debía enfrentarse a la mala suerte (un gol en propia meta de Pedro Vallana provocó la eliminación de España en los JJOO de 1924), a actuaciones arbitrales desfavorables (como en el Italia-España del Mundial de 1934) o a adversas condiciones climatológicas (la derrota por 7-1 ante Inglaterra de 1931 fue achacada al estado del terreno de juego producto de la lluvia).

La primera decepción, de donde arranca esa “narrativa del fracaso”, tuvo nombre propio –Italia- y ocurrió por partida doble. Con el conjunto transalpino la selección empató a cero en un amistoso en marzo de 1924 en lo que ya fue un aviso de lo que iba a venir después.

España llegaba a esos nuevos JJOO con muchas esperanzas de hacer algo importante tras la medalla de plata de 1920. Madrid Sport, después del decepcionante empate a cero con Italia en marzo, titulaba su editorial “Confiamos en nuestro porvenir” y no dudaba en destacar que “hemos ganado en técnica, se juega mucho más que en la pasada Olimpiada, el empuje característico subsiste, el entusiasmo frente al enemigo no decae”.

Además, el equipo español, dirigido por el seleccionador Pedro Parages, contaba no solo con 4 subcampeones olímpicos (Zamora, Vallana, Belauste y Samitier) sino que acudía repleto de optimismo, espoleado por la afición y la prensa del momento.

El sorteo trajo una eliminatoria a partido único con Italia. Una semana antes la euforia se dejaba traslucir cuando, en partido preparatorio, la selección española venció en Bilbao al Newcastle por 1-0. España e Italia inauguraron el 25 de mayo la competición de fútbol de los JJOO en el estadio olímpico de Colombes. Fue un partido muy intenso y disputado en el que España jugó, durante mucho tiempo –desde el minuto 55-, con un hombre menos por la expulsión de Larraza. Pese a todo, hasta el 80 la selección impuso su ritmo y su juego e incluso gozó de las mejores ocasiones.

Sin embargo, a falta de un cuarto de hora para el final, una escapada del extremo Conti acabó con un pase atrás hacia el centro del área y el balón terminó introducido dentro de su propia portería por el defensa español Pedro Vallana. La selección se quedaba fuera de los JJOO y no podía reeditar lo obtenido cuatro años antes.

Este golpe anímico fue mayor porque mayores eran las expectativas puestas en la selección. Fue tal la atención que levantó el encuentro que el propio rey estuvo muy atento al desarrollo del mismo.

El periodista Acisclo Karag contó en Marca muchos años después:

"Alfonso XIII era un gran aficionado y en los Juegos Olímpicos de París, celebrados en 1924, me encargó que le enviase noticias telegráficas, cada diez minutos del desarrollo del partido de fútbol Italia-España”.

Y como el fútbol ya era en los años 20 un fenómeno de masas y no solo de élites, el duelo hispano-italiano levantó también pasiones populares. El gran periodista del diario Marca, Cronos, un niño entonces, recordó después:

“En aquellos días, los periódicos hicieron un boquete en la información del crimen del expreso de Andalucía, para dejar paso a una derrota inesperada. La gente, de pronto, olvidó a Piqueras, a Honorio Sánchez, a Donday y a Navarrete, para volver los ojos hacia aquel desgraciado gol de Vallana que dejaba a España fuera de combate”.

Una nueva decepción olímpica

JJOO DE ÁMSTERDAM

La decepción volvió a repetirse cuatro años más tarde, en otros Juegos Olímpicos, los de 1928. En Ámsterdam, España y el resto de las selecciones participaron con sus combinados absolutos, aunque algunas lo hicieron con futbolistas no profesionales y otras fueron más laxas a la hora de cumplir con esa norma.

Al frente del equipo repetía, seis años después, José Ángel Berraondo, ya seleccionador en 1920 y 1921. 

El técnico decidió afrontar los JJOO confeccionando un combinado sin jugadores considerados profesionales por lo que los grandes referentes de la época (en especial Zamora y Samitier) se quedaron fuera de la convocatoria. Berraondo no pudo contar finalmente tampoco con Goiburu –por compromisos académicos- ni con Errazquin –nacido en Argentina-.

El combinado de Berraondo debía haber jugado, primero contra Estonia, que renunció a participar, por lo que alcanzó directamente los octavos de final, donde se midió con México. Ese debut español se saldó con una victoria por 7-1, encuentro en la que sobresalió Yermo como autor de tres tantos.

En cuartos esperaba Italia. En el duelo mediterráneo comenzaron a verse los defectos típicos de la selección española: falta de entrenamiento, cohesión y pegada. Tras los noventa minutos reglamentarios y una prórroga de media hora, dividida en dos tiempos, el choque finalizó con empate a un gol. Tres días después se disputó el partido de desempate y ahí España ya no pudo hacer nada para frenar a los italianos que vencieron por 7-1.

La “narrativa del fracaso” se hizo de nuevo presente en 1928 cuando se planteó que lo ocurrido se debía a una muestra del quijotismo español por cumplir con las normas (solo alinear amateurs) mientras que el resto no lo hacían y colocaban “amateurs” que realmente no lo eran.

 

(UNA) HISTORIA DE LA SELECCIÓN
Las grandes victorias de los años 20

 

 

El periodo tuvo una constante: en medio de las decepciones –las de los JJOO del 24 y del 28-, hubo también motivos para la celebración.

Una magnífica racha comenzó el 21 de diciembre de 1924 con un triunfo (2-1) sobre Austria en Barcelona. 1925 fue un año espectacular ya que vio como España, se imponía 0-2 a Portugal en Lisboa; 0-3 a Suiza, la vigente medalla de plata de los JJOO, en Berna; 1-0 a Italia en Valencia y 0-1 a Austria en Viena e idéntico resultado en Budapest ante Hungría.

La racha victoriosa se prolongó hasta 1926 (victoria sobre Hungría 4-2 en Vigo) y 1927.

Este momento dulce comenzó a finales de 1924: el combinado nacional se impuso a los austriacos de Hugo Meils en Les Corts (Barcelona) en un partido en el que la selección siguió dando muestras de ser un equipo más de individualidades (Zamora, Samitier y Gamborena) antes que de juego de conjunto. Antonio Juantegui (Real Sociedad) a los tres minutos y Samitier a tres del final dieron la victoria a España por 2-1 ante los centroeuropeos.

El año 25 arrancó con un viaje a Portugal donde España se llevó la victoria por 0-2 con goles del bilbaíno Carmelo y el santanderino Óscar.  El año 25 contempló la primera gira europea de la selección (viajes a Austria y Hungría) que le llevó a jugar en diez días en Viena y Budapest.

Entre 1927 y 1929 se vivió una etapa de transición en la selección hasta la llegada al banquillo, en solitario, de José María Mateos. Manuel de Castro, Ezequiel Montero y el propio Mateos dirigieron en 1926-27 al equipo español e introdujeron numerosos cambios: 14 jugadores debutaron desde 1926 (la victoria 4-2 ante Hungría) y a lo largo de 1927.

 

Ese año 27, el 29 de mayo, se produjo un caso poco común en la historia del equipo nacional (que, sin embargo, se volvería a repetir en 1949): el combinado nacional jugó dos partidos el mismo día.

En Madrid, la selección se midió a Portugal con la presencia del rey Alfonso XIII (y los infantes Don Juan y Don Jaime) en el palco; y a la vez otra selección lo hizo frente a Italia en Bolonia -la RFEF solo considera oficial el encuentro ante los italianos-. En la capital de España venció 2-0 el equipo español (tantos de Valderrama y Moraleda) y en Bolonia cayó por 2-0. El Estadio Metropolitano vio a una “selección B” donde debutó el futuro seleccionador Guillermo Eizaguirre.

1928 fue un año amargo para la selección dirigida por José Ángel Berraondo (exjugador del Madrid y exentrenador de la Real Sociedad): una sola victoria en cinco partidos, por primera vez no se ganaba a Portugal y pronta eliminación en los JJOO celebrados en Ámsterdam.

Antes de la cita olímpica el equipo cosechó dos empates en sendos amistosos: a dos ante Portugal en Lisboa y a uno contra Italia en El Molinón. La mala imagen en ambas citas provocó que Berraondo presentara la dimisión que no le fue aceptada por lo que finalmente dirigió al equipo en los JJOO.

 

La llegada de José María Mateos al banquillo de la selección abriría un nuevo tiempo, de grandes expectativas.